- Vampire Weekend
- 2013
- XL
- 43 min.
- Art Pop / Indie Rock
El tercer intento de estudio
producido por Vampire Weekend es el mejor álbum de año; pero no para mí. Hoy
quería sentarme a escribir algo sobre música y, siendo que es 31 de diciembre,
lo más obvio sería soltarles una lista con mis mejores álbumes del 2013, pero
la verdad es que no soy de esas personas que escuchan todo lo que sale en el
momento en el que sale. Este año no escuché lo nuevo de Nick Cave o el tan
laureado disco de Julia Holter, por ejemplo. También pensé en hacer una lista
con discos viejos que yo no escuché hasta este año, por una razón u otra. Se me
ocurren Trespassers de Kashmir, Visitations, de Clinic y Family Tree: The Roots, de Radical Face.
Pero en realidad no estoy de humor para listas. Quería escribir una simple
pieza de crítica —algo menos estadístico y más instintivo—, pero al mismo
tiempo quería que la pieza fuera un guiño en reconocimiento al año que se va
(¿o nos vamos nosotros?). Así que decidí hacer una reseña del que fue el disco
#1 de 2013 en la lista de otra persona. Otras personas, mejor dicho. Un
ejército de personas. Una miríada de audífonos. Un cardumen de capuccinos. La
conjura de los necios. Pitchfork themselves.
Debo empezar por admitir que nunca
me ha agradado Vampire Weekend; ni un poquito. Carajo, el problema me viene
desde sus portadas. Vampire Weekend siempre ha sido para mí la bandera del
demográfico instagram, del rock diluido y pintado en colores pastel, de la
generación que pone una frase cualquiera encima en Helvetica encima de una foto
cualquiera y llama al resultado Arte. Tanto su debut homónimo como su segundo esfuerzo,
Contra, me parecen pálidas
interpretaciones musicales de un mundo en donde todas las rocas son hule espuma
y las agujas, papel bond. Son discos blandos, discos de adolescentes a quienes
no tengo siquiera que mirar para saber que tienen un suéter turquesa en el
closet. ¿Algo cambia para el tercer disco? Pues no, pero sí, un poco, algo.
Bastante. Modern Vampires of the City
nos presenta a una banda dispuesta a cumplir lo que el título promete;
abandonan por la mayor parte esa fachada exotica tan irritante que los
distinguía hasta ahora (ya saben, esa capaz de rimar horchata con balaclava y
arruinar así una perfectamente bonita melodía), y se quedan con lo que deberían
haber extraído desde el principio de sus marcadas influencias tropicales: la
música pura. Los pequeños toques tribales, las palmas y bongos omnipresentes,
las maracas seseantes, todo ello sigue ahí. Pero han dado un giro lírico
crucial: han aceptado que son americanos blancos con suéteres turquesas en el
closet, que viven en la ciudad, que están
atrapados en la modernidad. Modern
Vampires of the City es un gran ejemplo de aquella máxima siempre socorrida
por los gurús de la autoayuda. Aceptarte a ti mismo, dejar de pretender y
posar, realmente mejora los resultados.
De acuerdo a Heather Phares, de
Allmusic.com, el álbum es musicalmente menos ambicioso que Contra. No tengo nada que objetar contra eso, es a todas luces
cierto; lo que me molesta es que Phares lo dice como si fuera algo malo. Sí, la
paleta de instrumentos es más pequeña. Sí, el álbum inicia y cierra con
canciones muy, muy simples, casi minimalistas. ¿Pero es eso relevante? ¿No lo
será menos que el hecho de que esa pequeña canción simple del principio,
“Obvious Bicycle”, suene mucho más honesta que todo lo que VW había producido
hasta ahora? “Obvious Bicycle” es una pieza sin pretensiones, pero sí con
poderes. Es una tranquilamente conmovedora llamada al carpe diem, pero no al
carpe diem imbécil tipo YOLO, aunque tampoco precisamente al carpe diem sexual
y experimental renacentista. Ezra Koenig llama a despertar, a dejar atrás las
ilusiones de vida fácil que promete ln mundo moderno y simplemente salir, conseguir un trabajo y ser un adulto real. En otras palabras, el mensaje
de esta canción es todo lo contrario a lo que VW venía predicando hasta ahora —fuera
con la facilidad, la afluencia, los días soleados en la playa bebiendo vasos de
horchata.
Modern
Vampires… es claramente una lucha
con la madurez y la religión. Del mismo modo en que Koenig & co. llaman al
crecimiento en “Obvious Bicycle”, advocan la defensa de sus ideales musicales
en “Step”. Ésta es una maravillosa y lenta rebanada de sol que expresa el
hallazgo de nuevos ímpetus y cualidades (“The gloves are off / The wisdom teeth
are out”) puestas al servicio de una “chica” por la cual hay que pelear; pero
la chica es en realidad la música, la forma
de hacer música que la banda practica, como revela la letra al decirnos que la “chica”
solía hacer que los punks se rieran de ellos. Asimismo hay relaciones que
parecen romperse, o al menos llegar a un punto álgido (la minimalista “Hannah
Hunt”). Pero la faceta que más me sorprende es la espiritual y religiosa. El
disco no escatima en cuestionamientos y ataques al rol de la religión en
general (como en la burbujeante “Unbelievers”, al bulliciosa “Worship You” o la
joyita ignorada de lo-fi “Everlasting Arms”, que crea tensión entre el deseo de
creer en un Dios y la falta de evidencia tangible que parece arrastrar al narrador hacia el ateísmo),
pero es particular en su tratamiento de la tradición judeocristiana. Por
ejemplo, “Finger Back” toma la historia de una chica judía que no puede evitar
enamorarse de un chico musulmán, lo cual le crea una crisis de fe, si bien la
melodía de la canción es un tanto repetitiva y hartante. Pero el punto álgido
es “Ya Hey” —en definitiva una canción que jamás pensé Vampire Weekend tuviera
las tripas para componer. Musicalmente suena a ellos: maracas, ritmos tribales,
vocecitas distorsionadas en tonos ardillescos. Pero líricamente es una bofetada
directa al rostro de Yavé (no es coincidencia que ese nombre suene similar al
título de la canción). Al Dios se le reclama su distancia, su mudez, su
reticencia a satisfacer las demandas más básicas de la humanidad (“Through the
fire and through the flames / You won’t even say your name”), y se le dice que
no es amado ni en Zion ni en Babilonia. Hacia el final de la canción entran
algunas palmas y voces tipo góspel, que lejos de sentirse divinas cumplen un
papel irónico, casi lúgubre. Ese filo oscuro se vuelve todavía más fuerte en “Hudson”,
donde Koenig es rodeado de una atmósfera que por primera vez en la historia de
la banda en verdad suena a algo vampírico. Hay voces que parecen de ultratumba,
relojes inquietantes, percusiones marciales que entran a destiempo como en álbum de The Microphones, cornetas
elegíacas robadas de algún funeral. La letra nos habla de visiones sin fin,
ríos que “mueren” en bahías; la ciudad de NY es convertida en un escenario de muerte
cícilica.
Así que, con todo el dolor de mi
corazón, no puedo decir que esta sea una mala elección para álbum del año. No
lo es para mí, ni modo. Hay canciones que me siguen irritando, que me siguen sonando a
niños bulliciosos que acaban de descubrir un estudio de grabación —como “Finger
Back” o el inexplicable sencillo “Diane Young”. También hay canciones contra
las que no tengo queja pero que no me dicen nada, como “Don’t Lie” o la
cerradora “Young Lion”. Vaya, hasta algunas de las canciones que me encantaron
(“Step”, “Everlasting Arms”) no terminan por montar un clímax definitivo en el
pico de su estructura. Pero al final del día es un buen disco, uno muy bueno
incluso. Modern Vampires of the City
no es suficiente para tomar a esta pandilla y levantarles un pedestal en el
Panteón, cosa que algunos han cometido el error de hacer, pero sí es suficiente
—por primera vez, en mi opinión— para dejar de percibirlos como un tibio
producto de MySpace y verlos como una banda que va en serio, y cuyo mensaje es
digno objeto de platica y estudio; más allá de una divertida escucha.
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