2014 fue un año novedoso para mí
como escucha, ya que
me avoqué a visitar muchos más discos nuevos de lo que había hecho en años
anteriores. Mi enfoque hacia la música siempre había sido más bien retrospectivo. Me dedicaba en mayor medida a desenterrar cosas que a escuchar lo que la
blogósfera me decía era lo de hoy.
Pero al fin, varios factores se combinaron para que decidiera pasar este año
bajo un régimen más actualizado, y los resultados no han sido malos. Encuentro
que entrar al ritmo acelerado de la blogósfera a menudo me lleva a descubrir
bandas que había ignorado hasta ese momento, y a juergas de información en
donde termino bajando discografías antecedentes, ya sea del mismo artista o de
sus influencias.
Y bueno, de ahí surge la lista. No voy a
pre-disculparme —como otros que he visto por ahí— con la excusa de que “como
saben, toda opinión es subjetiva”, no porque no crea en ello, sino porque eso
ya todos lo sabemos. Sólo quisiera advertirlos sobre dos puntos que notarán en
la lista, y que quizá causarán su furia. Primero que nada, virtualmente no escucho rap:
me parece un género temáticamente muy conectado a una cultura determinada, con
la cual yo no conecto en absoluto. Cuando veo videos de conciertos de Run the
Jewels con 80% de público blanco, me pregunto qué tanto de su auge es gusto
musical genuino y qué tanto es apropiación cultural pretenciosa. Pero yo qué
sé. Y sí, sí escuché RTJ2, y me
aburrió horrores, así que de plano me declaro ignorante en este respecto.
Segundo punto: escucho poca electrónica. No es que no me guste en absoluto, sino
que me agrada sólo bajo ciertas condiciones, las cuales son bastante abstractas
en realidad. La principal es que, siendo parcial a tipos de música más
análogos, a veces necesito una cierta cualidad orgánica dentro de la electrónica, si es que eso tiene sentido.
Ejemplos de a qué me refiero están en la lista. Ejemplos de lo que me repele
del género están en lo que, con mucha probabilidad, ustedes esperarían en la
misma, como SYRO, disco que no me
disgustó, pero tampoco hizo ninguna marca en mi memoria.
No hay mucho que decir en cuanto a
método, ya que al ser una sola persona no hay forma ni razón de recurrir a
gráficas ni tablitas de Excel. Lo que sigue está armado a ojo de buen cubero, a
pura doxa. Lo cual no quiere decir,
sin embargo, que no haya hecho un esfuerzo para mantener a la subjetividad de
la lista dentro de ciertos límites. Hay artistas aquí por cuya obra siento un
cariño muy personal, y cuyo álbum ha definido mi año de sobremanera, como
Interpol. Pero no puedo basar en ese cariño mi juicio de valor. He tratado de
mantener el bias bajo control, y de
ser serio en mi valoración crítica. Dicho esto, es claro que algo de prejuicio
sí se cuela, inevitablemente. Pero al fin y al cabo eso pasa en todos lados,
incluso en publicaciones de abolengo y métodos de conteo colectivos. Por
ejemplo, desde antes del lanzamiento de 1989
era claro que este año la blogósfera estaba inexplicablemente ($$$) enamorada
de Taylor Swift —y allí está, metida en todas las listas de fin de año, laudada
como una joya pop del nuevo milenio aunque los mejores versos que pueda
conjurar para abrir su recorrido sean,
Everybody
here wanted something more
Searching
for a sound we hadn’t heard before
And it
said
Welcome
to New York
It’s been
waiting for you
Welcome
to New York
Welcome to New York.
Ajá, claro, joya.
Así pues, les dejo mi querida
lista. No, no está U2. Ah, sí, y tampoco está The War on Drugs. No sé de cual
se deba consumir para entender Lost in
the Dream, pero a mí, como a Kozelek, me suena a puro beer commercial lead guitar. Pero ni divertido. Más bien deslavado
y con hueva. Lapídenme.
***