Por Thomas Frank
Hace
un mes traté de escribir una columna donde proponía apodos mordaces para el
ahora presidente electo Donald Trump, basándome en que sería gracioso voltearle
la tortilla por todos los crueles diminutivos que ha usado para referirse a
otros.
No
logre escribirla. Hay una oscuridad en Trump que neutraliza esa clase de humor:
una insensatez tan desconcertante, una incompetencia tan profunda que ningún
insulto puede sondear sus cavernas.
Ha
encabezado una de las peores campañas presidenciales de la historia. Al decir
esto no me refiero a sus tan criticadas prácticas de negocios o sus
comentarios vulgares acerca de las mujeres. Estoy hablando en un sentido
puramente técnico: este hombre fracturó a su propio partido. Su convención fue
un fiasco. No tuvo tácticas de campaña a nivel de calle. La lista de
celebridades, analistas y representantes que se pusieron de su lado durante la
campaña fue extremadamente corta. Ofendió sin necesidad a innumerables grupos
de personas: las mujeres, los hispanos, los musulmanes, los discapacitados, las
madres de bebés que lloran, la familia Bush y los conservadores estilo George
Will, entre otros. Por Dios, hasta perdió el apoyo de Glenn Beck.[1]
Ahora
va a ser presidente de EE.UU. La mujer quien, se nos aseguró constantemente,
era la candidata presidencial mejor preparada de todos los tiempos ha perdido
contra el candidato menos preparado de todos los tiempos. Todas las personas de renombre ofrecieron respaldo a Clinton y no sirvió de nada. El hombre que es
demasiado incompetente como para siquiera ser insultado se va a sentar en la
Oficina Oval, donde pronunciará sus veredictos de certamen de belleza ante los
Grandes y los sabios del viejo orden.
Tal
vez la victoria de Trump tenga un lado bueno. Después de todo, si decenas de
millones de buenas personas votaron por él ayer, habrá sido por algo, y quizá justifique
la gran estima que le tienen. Ha jurado “limpiar el drenaje” de la corrupción
en Washington D.C., y puede ser que se avoque sinceramente a esa tarea. Ha
prometido renegociar el TLCAN y tal vez eso también suceda a fin de cuentas. Pudiera
ser que nos traiga tantas victorias que (como alguna vez predijo en un discurso
de campaña) nos cansemos de ganar.
Pero
no nos engañemos. No vamos a ganar nada. Lo que ocurrió este martes es un
desastre, tanto para el liberalismo como para el mundo. Tan pronto como veamos
al presidente Trump arreglar cuentas con sus antiguos rivales, buscar pleito
con otros países y desplegar su fuerza policiaca para deportaciones en contra
de este grupo o aquél, tendremos razones para arrepentirnos de su ascensión al
trono presidencial.
En
lo que debemos concentrarnos ahora es en la pregunta obvia: ¿qué demonios salió
mal? ¿Qué clase de ignorancia guió a nuestros líderes demócratas a la derrota
en la que sería la elección más importante de nuestras vidas, según ellos
mismos dijeron?
Empecemos
por el principio. ¿Por qué, ¡ay!, por qué
tuvo que ser Hillary Clinton? Sí, tiene un currículum impresionante; sí, ha
trabajado muy duro durante la campaña. Pero era precisamente la candidata
equivocada para este momento populista y enfurecido. Era una agente del sistema
cuando el país pedía a gritos un rebelde independiente. Era una tecnócrata
ofreciendo pequeños ajustes cuando el país quería darle un martillazo a la máquina.
Clinton
fue la candidata de su partido porque era su turno y porque una victoria suya
habría subido un peldaño en la línea de sucesión a cada demócrata en Washington.
La certeza de que Hillary fuera capaz de dicha victoria siempre fue un asunto
secundario, algo que se tomó por descontado. Si la mayor preocupación del
partido hubiese sido ganar, tenían mejores candidatos a su disposición. Estaba
el vicepresidente Joe Biden, con su poderoso y llano estilo retórico, y estaba
Bernie Sanders, una figura inspiradora y casi limpia en cuanto a escándalos. Es
probable que cualquiera de ellos hubiera derrotado a Trump, pero ninguno de
ellos habría sido útil para los intereses internos del partido.
Y
así, los líderes demócratas nominaron a Hillary a la candidatura a pesar de que
sabían sobre sus lazos con el sector bancario, su gusto por la guerra y su particular
vulnerabilidad en cuanto a temas de comercio —tres debilidades que Trump
explotó al máximo—. Escogieron a Hillary a pesar de estar al tanto de su servidor
de e-mail privado. La escogieron a pesar de que algunos de quienes investigaron a la Fundación Clinton encontraron negocios sospechosos.
Tratar
de enarbolar a una candidata como ella y gritar al mismo tiempo que el
candidato republicano es un monstruo derechista era retar al destino. Si Trump
es un fascista, como los liberales dijeron tantas veces, entonces los
demócratas debieron jugar su carta más fuerte para detenerlo, no a una
sirviente del partido que fue elegida porque era su turno. Nominar a Hillary
indicó que los demócratas, o no creían del todo en su propio discurso acerca de
lo riesgoso que era Trump, o dieron más importancia a su oportunismo que al
bienestar del país. Tal vez las dos cosas.
Los
partidarios de Clinton en los medios de comunicación tampoco ayudaron mucho. Siempre
me pareció extraño que una candidata tan impopular gozara de un respaldo tan
robusto y unánime por parte de las páginas editoriales y de opinión en los
periódicos, pero fue la pobre calidad del entusiasmo mediático la que terminó
por lastimarla. Al repetir los mismos argumentos una y otra vez, dos o tres
veces al día, sin rastro alguno de matices ni de opiniones divergentes, la prensa
consiguió que leer un periódico comenzara a sentirse como sintonizar una estación
propagandística durante la Guerra Fría. Su mensaje consistió de lo siguiente:
- Hillary era virtualmente perfecta. Era una líder sin parangón, revestida de un blanco beatífico, una increíble abogada, una benefactora preocupada por las mujeres y los niños, así como una guerrera por la justicia social.
- Sus escándalos eran mentiras.
- La economía funcionaba muy bien / América ya era fenomenal. [2]
- La clase trabajadora en realidad no estaba apoyando a Trump.
- …Y si lo apoyaban sólo era por su condición de infrahumanos. El racismo era la única razón concebible para apoyar al candidato republicano.
¿Por
qué falló la cruzada de los periodistas? El cuarto poder se congregó en un
consenso profesional sin precedentes dentro del gremio. Eligieron insultar al
bando contrario en vez de tratar de comprender sus motivaciones. Transformaron
la escritura de opinión en un receptáculo para sus pomposas presunciones
morales. Y luego perdieron. Tal vez sea el momento para reconsiderar si acaso hay
algo en la santurronería estridente, gritada desde posiciones de alto estatus
social, que le resulta odioso a la gente.
El
problema más amplio es que hay una especie de conformismo crónico que ha estado
pudriendo al liberalismo estadounidense durante años; un hybris que dicta a los demócratas que no necesitan hacer nada de
manera distinta, que no necesitan rendir cuentas ante nadie —excepto ante sus
amigos en el jet privado de Google y ante esa gente tan amable del banco
Goldman Sachs—. Tratan al resto de nosotros como si no tuviéramos otro lugar a
dónde ir y ningún otro rol que interpretar más que el de votante entusiasta,
quien basa su opinión en la creencia de que los demócratas son “lo único que
nos separa” del fin del mundo. Es un liberalismo para los ricos, ha defraudado
a la clase media y ahora ha fracasado en términos de su propia viabilidad electoral.
Ya basta de estos demócratas comodinos y de su acogedor sistema de Washington.
Ya basta del clintonismo y de sus aires arrogantes de virtud de clase profesional. Ya
basta.
—09
de noviembre de 2016
*Notas del Trad.*
[1] George Will (n. 1941) es un periodista y escritor de opinión conservador; recibió el Premio Pulitzer en 1977 y actualmente mantiene una columna en el Washington Post. Aquí pueden leer su escrito de hoy (bastante recomendable). Glenn Beck (n. 1964) es un comentarista y locutor de radio conocido por sus opiniones hiperbólicas y actitudes melodramáticas de extrema derecha. Si les interesa la relación entre la radio y el fenómeno del derechismo estadounidense moderno, los refiero al ensayo "Host" de David Foster Wallace.
[2] O sea, que el lema de campaña de Trump, "Make America Great Again", estaba basado en una premisa falsa.