Sigur Rós
(2013)

El segundo consenso al
que la población escucha ha llegado acerca de ellos es un tanto menos positivo:
su música es bonita. No es una palabra que se escuche mucho en reseñas
profesionales (o al menos pretenciosas), pero es lo que uno oye más a menudo
cuando se enfrenta a alguien con piezas como “Hoppípolla”, “Agœtis Byrjun” o “Inni
mer Syngur Vitleysingur” por primera vez. Cuando compré ( ) hace unos años, lo puse en el carro y mi madre me dijo que
estaba “bonito”, a pesar de que los fanáticos lo consideran el momento más
catártico y oscuro de su carrera. No hay nada malo con ser bonito, pero sí
cuando esa belleza se transforma en algo estéril, que se puede observar sin
sentir nada, como un florero. En una entrevista hace unos pocos años, el
bajista Georg Holm aceptó que sus álbumes se habían hecho cada vez más felices,
y que habían perdido el enojo que los impulsaba en un principio. Dentro del
espectro de lo bonito, Agœtis Byrjun
(1999), por principio, es un álbum melancólico y reflexivo; ( ) (2002) es apocalíptico y catártico;
pero después de ellos vinieron un par de discos muy alegres, Takk… (2005) y Med Sud y Eyrum vid Spilum Endelaust (2008). Éste último disco marcó un punto de quiebre en la carrera de la
banda, al menos en mi cabeza. Takk…,
a pesar de ser alegre, era impresionantemente fuerte, con su cascada de himnos
a la emotividad humana. Med Sud y Eyrum…,
en comparación, no era tan interesante, a pesar de un par de buenos cortes.
Desde el título —que se traduce a algo así como “Con un zumbido en los oídos
tocamos incesantemente”— parecía indicar que la banda había perdido algo de
interés. Luego vino un hiatus, algunos rumores de separación y Valtari (2012), un disco casi por completo
ambiental y congelado que hacía a uno preguntarse para qué querían un
baterista. No lograba conectar con las emociones del escucha del modo que su
trabajo anterior hacía. Era un florero. Luego, el multi-instrumentalista Kjartan
Sveinsson partió y se nos anunció la venida de otro álbum, ya sin él. Y todos
amamos a Sigur Rós, y a todos nos importa su destino, pero la verdad era que no
sabíamos qué esperar. Podía ser una debacle.
Pero fue Kveikur. Si ( ) fue un ejercicio agresivo, pero que sugería un cataclismo
cósmico y extendido, Kveikur
simplemente deja suelta la ira de tres músicos. El sentimiento primario del
álbum es uno de enojo y perturbación, que la banda tiene la sabiduría de expresar
en un cambio de instrumentación y de influencias. Desde los primeros momentos
de “Brennisteinn” uno siente nuevos bríos y una semilla de sorpresa. La sección
rítmica de la banda toma las riendas magistralmente, como para mostrar que la
salida de Sveinsson no tiene por qué ser un fin. Este primer corte, también
lanzado como sencillo, es sencillamente demoniaco; es Sigur Rós revirtiéndose de
objetos musicales de ornato a lo que siempre fueron: un grupo de individuos
sensibles, con un umbral privilegiado a las emociones humanas. En este caso a
la ira. Yo me preguntaba cómo iban a conectar una pista tan enfurecida con el
segundo sencillo, “Isjaki”, que muestra un brillo alegre remitente incluso a “Hoppipolla”.
La respuesta es “Hrafantinna”, un corte que diluye el brío de “Brennisteinn” en
un paisaje más acallado, tristón, pero que sigue apoyado en los metales de la
sección rítmica, que ofrecen una miríada de timbales y xilófonos para terminar
en unos emotivos trombones que recuerdan a cortes viejos de Agœtis Byrjun. No
es una canción que brille por sí sola, pero logra ser un buen conector. Después
de esta disolución, la triunfal entrada de “Isjaki” se siente natural, y si
bien éste no es un tema que pueda llamar enojado o iracundo, sí mantiene la
base instrumental en aras de unidad. Esta es una canción pop, sí, pero muy bien
lograda y nunca barata. Es cierto que toma inspiración del trabajo solista de
Jónsi, que no experimenta tanto con la estructura de composición: es decir,
esto es verso-coro-verso-coro. Pero son muy buenos versos y un gran coro,
afortunadamente.
Pasado el inicio del
álbum, que contiene los dos sencillos que ya había escuchado (y quizá ustedes
también), entramos a territorio desconocido. Nos recibe un pequeño pasaje ambient a la entrada de “Ybiforð”, el
cual gradualmente crece hacia algo muy extraño. La batería de Orri comienza a
tocar algo así como un ritmo dance, mientras Jónsi y Georg mantienen una
actitud sombría. Hay voces adicionales hechas con pistas tocadas al revés,
fantasmales. Hacia el final de la pista tenemos un sonido de distorsión que
hace parecer que nos ha tragado la boca del lobo, antes de ser escupidos por
otra pista vocal invertida. Una experiencia extraña, innovadora y admirable. La
siguiente fue una gran sorpresa, y no me extrañaría como próximo sencillo. “Stormur”
recordaría a los momentos más memorables del Med Sud y Eyrum… si no fuera por el bajo distorsionado de Holm, que
navega bajo la alegría aparente de la pista como una serpiente inquietante bajo
olas cristalinas. El metal y el ritmo siguen allí; la banda insiste en el uso
del xilófono como aliado melódico, a efectos muy placenteros. Mas la
inquietante presencia oscura que se manifiesta en el bajo de esta canción
termina por vencer a la alegría, cuando nos dirigimos al momento más oscuro del
álbum, tal vez. “Kveikur” abre con un engañoso coral infantil, que suena más
poseído que angelical, antes de convertirse en un festín de cariz industrial. El
coro aquí consiste en un jugueteo del falsete de Jónsi sobre una explosión
total de sus otros dos músicos, uno sobre sus platillos y otro sobre su pedal
de distorsión. Cuando Orri no está apaleando los metales, sin embargo, no se
siente menos iracundo; impulsa toda la canción con un ritmo machacante y
marcial, guerrero, que llega a un clímax perfecto mientras algunas voces
fantasmales flotan en el horizonte. Creo que es la canción más pesada de la
historia de la banda, y también la mejor de este álbum.
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El trabajo más inspirado de la banda en al menos ocho años |
Pudo ser una debacle.
Pasara lo que pasara, a nadie se le iba a olvidar lo grandes que fueron esos
primeros discos, pero sí se corría el riesgo de establecer a la banda
irremediablemente en el declive. El tercer strike es mortal. Pero fue otra cosa:
el trabajo más inspirado de la banda en al menos ocho años. Si uno es generoso
y aventurado, incluso podría superar en relevancia a aquel ya clásico Takk…, puesto que Kveikur vino en un momento crítico en la historia de la banda, en
el que era matar o morir. Por ahora podemos suspirar con alivio y admirar la
fuerza del rugido de esta curtida bestia nórdica que parecía ya sólo prepararse
para morir. Este álbum suena a renovación y a nuevas intenciones, pero si por
azares del destino llegara a convertirse en el punto final; si este rugido
fuera realmente el estertor de la bestia; creo que yo podría ser feliz. Kveikur me ha demostrado más que nunca
la valía de Sigur Rós, sumergiéndome en furia cuando ya no esperaba que
pudieran hacerlo. Es la reacción de un animal herido, es la urgencia fatal del
invierno, es una pelea indecisa entre el pesar y la recuperación, y además es el
álbum más sólido y muscular de la carrera de la banda. Para la mayoría de la
gente el post-rock empieza y acaba con ellos. Kveikur no es una adición estéril a esa reputación, sino una
bofetada inevitable a todos aquellos que se atrevieran a dudar que la merezcan.
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