“I hope I die before I become Pete Townshend.”
- Kurt Cobain
A estas alturas, hay dos verdades a ser dichas sobre
The Rolling Stones: 1) cada que se paran en un estadio, éste se llena; y 2) la
sensación en dicho estadio es de cierta decrepitud y falta de aceptación a la
propia edad. Hay algo triste acerca de estos hombres hechos, derechos, y
totalmente salvados económicamente tocando noche tras noche canciones que deben
haberlos hartado hace mucho. Hay algo triste acerca de quienes van a verlos a
sus shows, en un gran porcentaje representantes de la generación boomer
hambrientos por ver a una banda de su rodada, la que sea, aunque muchas
veces no haya sido su favorita en los 60s-70s (o siquiera de sus 5
predilectas). Esto pasa (como observa Chuck Klosterman en Fargo Rock City) porque
son los únicos de aquellos tiempos que siguen vivos —si uno omite a la
parchadísima alineación actual de Deep Purple, quizá—, y por tanto otorgan a
esa gente pasada de moda una oportunidad de catarsis, de sentirse hip de nuevo por un momento. No hay
nada de malo con eso, pero sí hay algo ligeramente depresivo acerca de una banda
que ya no produce nada relevante satisfaciendo a fans que ya no quieren
escuchar nada nuevo. Pero claro, hay quien dirá que al permanecer existentes,
tales bandas septuagenarias llenan un segmento social necesario. Entonces,
¿cómo se envejece con gracia? ¿Es en verdad mejor quemarse que desvanecerse?
Puede ser que la respuesta, como
sucede comúnmente, sea más compleja de lo que
parece. Quizá algunos músicos puedan permanecer allí por eones, activos,
con vida, mientras que otros simplemente no tendrían la misma mística si
estuvieran tangiblemente presentes por más de un breve instante. Muchos se lamentan
sobre la muerte de Ian Curtis o Jimi Hendrix, ¿pero en verdad querríamos
tenerlos aún aquí? ¿No se habrían caricaturizado, incapaces de adaptarse a otra
estética y extenuados creativamente, como sucedió con Santana, por ejemplo?
Pero también hay otros casos —los de bandas o músicos que la muerte no se llevó temprano, pero que decidieron concluir con un proyecto cuando éste estaba en su punto más álgido. Casos hay muchos: Soundgarden, Slint, The Police e incluso los mismos Beatles. Estos actos tuvieron la sabiduría de parar cuando las personalidades se volvieron muy conflictivas, o cuando la música simplemente ya no fluía del mismo modo entre ellos. Sin embargo, ninguna de estas bandas pareció hablarle directamente a su propia longevidad; predecir y planear precisamente cuánto tiempo habría de durar su estancia en la gran arena del ambiente artístico (el nostálgico medley que concluye Abbey Road no cuenta porque fue compuesto al final de la carrera de la banda, en medio de su disolución, y por tanto no predijo nada —sólo expresó lo ya evidente). De hecho, es muy difícil decir que alguna banda haya hecho tal cosa en la historia entera. The Who trató en “My Generation”, pero no cumplieron su promesa de irse antes de ser viejos. The Sex Pistols eran tan incandescentes que es inconcebible imaginarlos teniendo una carrera longeva —sería como pedirle a una bomba de nitroglicerina que sirviera como sofá—, pero nunca lo predijeron explícitamente. Me vienen dos ejemplos solitarios a la cabeza.
El primero es Oasis. La banda de los
Gallagher no iba a durar por siempre, o por lo menos no lo haría de un solo
jalón, y eso siempre lo supimos. El choque de personalidades siempre fue
demasiado, y la banda se mantenía unida por un pegamento misterioso que nadie
se explicó muy bien jamás, y el cual quizá tuviera que ver con la sangre. Digo que
lo predijeron porque —a pesar de que sus letras no tocan el tema con claridad—
la banda habló abiertamente de la rivalidad musical existente en su interior, e
incluso se comportaba de acuerdo a ella en el escenario. Noel llamó a la voz de
su hermano “vergonzosa” en alguna gira; Liam se quejaba de que el otro le había
arrebatado una banda que era suya. Nunca estuvieron compaginados
emocionalmente; y nunca fueron una unidad. Todo era simplemente cuestión de
minutos y segundos. El otro ejemplo es LCD Soundsystem, una banda que envejeció
con absoluta gracia porque no envejeció en absoluto. Una banda que nació
sabiendo hasta dónde llegaría, que lo hizo sabido, y que será recordada no por algún
conflicto interno o debacle progresiva sino por la relevancia de su discurso y
su música.
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Decir que Murphy era un frontman atípico es quedarse muy corto. |
Su carrera consiste de 3 álbumes,
todos de calidad innegable —si bien sólo Sound
of Silver parece estar siendo recordado como un clásico. Funcionaban como
un colectivo al mando de una mente maestra, James Murphy. Decir que Murphy era
un frontman atípico es quedarse muy
corto. Con kilos de más, ropa incongruente y gastada, cabello normal hasta el
hartazgo y saliendo ya de la juventud, todo en Murphy parece gritar “no me vean
a mí, sólo escuchen”. Luego escuchamos, y ya no dan ganas de despegarse. Porque
LCD Soundsystem, a pesar de haber ganado una reputación como banda de hipsters,
es remarcablemente anti-pretenciosa; concentrada en su arte antes que en
proyectar algo hacia afuera. Ellos nunca quisieron demostrar que eran únicos o
emocionantes —sólo hicieron música que era emocionante por sí misma. Todo esto
fue evidente desde su primera canción, el single “Losing my Edge”. Dentro de
ella, Murphy habla sobre cómo es envejecer siendo un hipster irredento, un
esclavo de la moda musical a quien los chicos más jóvenes le van robando, poco
a poco, los reflectores. La letra es clara desde el principio:
Yeah, I’m
losing my edge, I’m losing my edge,
The
kids are coming up from behind. […]
I’m
losing my edge to kids from France and from London.
But I
was there.
De acuerdo con entrevistas, la idea de
la canción vino a Murphy cuando era DJ en New York y, de pronto, la combinación
de sonidos que él se había esmerado en crear (una mezcla de krautrock, disco,
rock y dance) se volvió lo que todo mundo estaba tocando. Sin darle crédito,
por supuesto. Así, de la noche a la mañana, él se había vuelto ordinario. De
ahí que, ya en la canción, quiera recuperar su credibilidad declarando que él
estuvo allí desde el principio. Hay partes de la letra que son evidentemente
imposibles, inventadas para crear el efecto de que la moda hipster ha
evolucionado a ritmo uniforme desde tiempos inmemoriales (“I was there in 1968
[…] at the first Can show in Cologne”). Pero hay otras partes que son mucho más
autobiográficas. Es claro que Murphy realmente habla de sí mismo cuando dice “I
was the first playing Daft Punk to the rock kids”. Este paseo a través de la
tradición de la música indie relegada en los ojos de un DJ viejo y con el
orgullo herido es a la vez la voz de Murphy sin adulterar, diciéndonos la
naturaleza de su persona y su banda —una banda que honra y reconoce a sus
influencias; que no busca ser cool (eso pertenece a los chicos de Francia y de
Londres) sino meramente tomar un sitio digno dentro de la tradición que la pista
describe.
Y mientras la letra habla de dicha
tradición, la música la reivindica. “Losing my Edge” se compone de un ritmo de
sintetizadores hipnótico, claramente influenciado por el krautrock de bandas
como la mencionada Can. Pero también hay mucho de Kraftwerk, por ejemplo los
ruidos de modem en el segundo verso; y la voz de Murphy no canta: habla, como
solía hacerlo Gil Scott Heron, mencionado hacia el final de la canción. La
batería se ocupa en producir un disco
beat apabullante y acelerado —como los de un Soft Cell remezclado. Un viaje
de nostalgia pura, pues. Allí empieza la ironía.
De esta combinación que no parece sino
mirar al pasado, surgiría el sonido distintivo para millones de bandas en la década
siguiente. The Rapture o !!! por ejemplo, o incluso los momentos más electrónicos
de Franz Ferdinand. Esto es sin mencionar que el drop en los sintetizadores
acompañado de un redoble en la batería que aparece cada minuto y medio es un
momento imitadísimo (mal) por el movimiento dubstep y brostep que sufrimos hoy
en día. Si les parece nocivo escuchar a Skrillex o cosas por el estilo —y no
los culpo—, los invito a poner la famosa canción dubstep del último álbum de
Muse, “Unsustainable”. Las similitudes saltarán de inmediato. De este modo, y
con una ironía deliciosa, la canción sobre cómo se estaba poniendo viejo y
convirtiendo en una antigüedad puso a Murphy más de moda que nunca. Él notaba
esto, y declaró en un par de ocasiones lo absurdo que le parecía. ¿Cómo no iba
a parecerle absurdo, si estar de moda por “Losing my Edge” es como ser un
escritor fracasado cuyo epitafio se vuelve inmortal?
Porque eso es “Losing my Edge”, en su
corazón: un epitafio adelantado. No en balde dice “I'm losing my edge
to better-looking people with better ideas and more talent”. Murphy también
fue productor musical, y por tanto sabía ver el talento en otros. Eso me hace
pensar que al decir que esos otros podrán hacer cosas más novedosas y boyantes, no
está siendo del todo sarcástico. Murphy es un dinosaurio atrapado en una
cultura que no sabe entender del todo (“I hear that you and your band have sold
your guitars and bought turntables”) pero de la cual sabe no podrá ser parte
mucho tiempo sin perder por completo la frescura y la dignidad ("I hear that
everybody that you know is more relevant tan everybody that I know"). LCD
Soundsystem empezó con “Losing my Edge” —en traducción, “perdiendo la ventaja”—
y al estar atentos a ello decidieron salir del juego antes de dejar que ésta se
fuera por completo. Decidieron quedar allí, como una influencia seminal en la
siguiente generación de bandas, antes que seguir produciendo lo que amaban por décadas,
mientras la marea de nuevas modas cambiantes se los tragaba. LCD Soundsystem es
una banda que nació consciente de que se estaba muriendo. ¿Qué les quedaba?
Divertirse mucho, grabar lo que pudieran, y terminar con todo rápidamente,
antes de volverse caricaturas de sí mismos ante una cultura musical que dejaba
su sonido nostálgico atrás.
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Necesitan el consejo del dinosaurio, la guía de alguien como Murphy, [...] alguien que ha estado allí. |
Y después, con toda la gracia del mundo,
Murphy se burla de esa cultura musical que le sucederá, o al menos eso parece. El
final de “Losing my Edge” se compone de la frase “You don’t know what you
really want” repetida 15 veces. Digo que suena como una burla porque Murphy sí
sabía lo que quería: hacer una banda, divertirse, y disolverla antes de cumplir
los 40 años. Los hipsters nuevos, sin embargo, esos que (como narra la letra)
cambian de guitarras a tornamesas y que luego tratan de hacer algo “real” como un
disco de jazz, no tienen idea de lo que buscan. Quieren estar de moda, eso sin
duda, pero todavía no han construido una identidad musical sólida. Son muy jóvenes,
quizá. Necesitan el consejo del dinosaurio, la guía de alguien como Murphy, que
ha escuchado y asimilado todo; alguien que ha “estado allí”. Una paradoja,
entonces: Murphy se burla de la falta de identidad de estos hipsters, al mismo
tiempo que les ayuda a construirla mediante su sonido.
No abogo por un mundo en que todas las
bandas tengan fecha de caducidad —eso sería muy mórbido, no creo que a nadie le
guste ver zombies caminando a cada esquina. Sólo expongo un ejemplo sobre cómo
se puede envejecer con gracia: estando siempre atento a los cambios culturales,
y saliendo del juego en el momento justo. Hay bandas que pueden cambiar a
través de los años y permanecer frescas —el caso de Radiohead, por instancia.
Pero hay otras que tienen una identidad demasiado definida para permitirse ese
tipo de reinvenciones totales, y para ellas quizá este sea el camino para ser
recordados como entes de cierto modo perfectos, sin decadencia ni decrepitud.
Me hubiera gustado ver a LCD Soundsystem en vivo, bailar con “Yeah” y llorar
con “All my Friends”; saltar con “Dance Yrself Clean” y quedar hipnotizado con “New
York, I Love You but You’re Bringing Me Down”, pero respeto por completo su
decisión de parar. Después de todo, no quisiera ver a Murphy con el pelo blanco,
rebotando por el escenario con un ritmo disco de fondo, tratando de pretender
que las modas no pasan. Prefiero escuchar los tres discos que tengo, y sonreír
ante la idea de un hombre consciente de sus limitaciones, pero orgulloso de sus
talentos. Prefiero sonreír de un buen recuerdo antes que desilusionarme poco a poco
de un ídolo que no sabe aceptar el invierno.
Tienes mucha razón, sobran "artistas consagrados"
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